En el último número de la revista del Colegio de Médicos, «Escuela Médica», entrevistamos al Dr. Basilio Sánchez, médico de profesión que lleva más de treinta y cinco años desempeñando su trabajo en la UCI del Complejo Hospitalario Universitario de Cáceres, quien nos habló de otra de sus grandes pasiones, la poesía.

Su primer libro, A este lado del alba, consiguió un accésit del premio Adonáis de Poesía en 1983. Después de un periodo de silencio de nueve años, en 1993 editó su segundo libro, Los bosques interiores, en el que se perfilan ya nítidamente el tono y los rasgos que singularizan su obra de madurez: una escritura que configura el territorio poético de la mirada interior y que hace de la contemplación un ejercicio de conocimiento. Desde ese momento la poesía se ha convertido en una forma de entender la vida, utilizando la palabra poética para transformar la realidad y el mundo en el que vivimos.

A lo largo de estos años ha escrito numerosas obras como Esperando las noticias del agua, Cristalizaciones, Los bosques de la mirada o El cielo de las cosas, que le han hecho merecedor de diferentes premios y galardones. El último lo obtuvo a finales del pasado año de manos de la Fundación Loewe por su obra He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, un «autorretrato crítico» con el que convenció al jurado por «la indagación y revalorización de la tradición clásica, buscando nuevos registros, sonidos y significados».

No cabe duda de que es un privilegiado del arte de la palabra, una de las voces más hermosas de la poesía actual.

Usted es médico de profesión y vocación y poeta de espíritu, ¿qué le llevó a aventurarse en el mundo de la escritura de poesía?
Vocación literaria, en el sentido de llamamiento o inspiración divina, no la he tenido nunca. La lectura de algunos poetas en un momento determinado de mi vida me condujo, a una edad relativamente tardía, a intentar imitarlos con la escritura de unos versos que, por entonces, tenían más voluntad que acierto. Pero la verdad es que tampoco tuve nunca una clara vocación médica, fue una decisión de última hora avalada por lo poco atractivas que durante el bachillerato habían sido para mí la Lengua y la Literatura. Entre todas las posibilidades de las ciencias, elegí Medicina por su carácter humanitario y de disposición para los demás, a lo que siempre fui sensible. Lo de la poesía vendría más tarde, y sin proponérmelo.

¿Cuándo sintió la necesidad de plasmar sus sentimientos a través de la poesía?
A esa edad de los 23 o 24 años en la que, a la vez que me preparaba el examen MIR, la lectura de poetas con Vicente Aleixandre, Claudio Rodríguez, Hölderlin, Neruda o Rilke me estimularon a escribir algunos textos con cierta vocación artística y no como simple desahogo sentimental. Poco a poco fui descubriendo que lo primero no excluía lo segundo, que la elaboración cuidadosa del poema me permitía, también, la elaboración del pensamiento y la expresión minuciosa de los matices del sentimiento.

¿Cómo entiende este género literario?
La poesía es la más humilde de las manifestaciones humanas, pero la más necesaria. En cierto modo es el oficio del espíritu, el lugar de confluencia de dos intimidades (la del autor y la del lector) en el espacio de las palabras.

Lleva más de tres décadas desarrollando su labor como médico en la UCI del Complejo Hospitalario Universitario de Cáceres, ¿qué le aporta su ciudad a la hora de escribir?
Mi escritura tiene mucho que ver con mi propia experiencia, y el mundo en el que vivo, enclavado todavía en la quietud del paisaje, es la escenografía sobre la que se construyen mis poemas. Me siento orgulloso de mi ciudad, de poder vivir en Cáceres y desarrollar aquí mi profesión y mi actividad literaria. Aunque solo en algunos de los poemas aparece de forma explícita, es en el entorno de sus paisajes y sus calles en el que se produce mi poesía. Su impronta es rastreable en todo lo que escribo.

¿Algún escritor imprescindible que haya influido en su obra?
De formación ecléctica, he leído a poetas de muy diversas tendencias y regiones. Entre los que más me han interesado estarían, además de los ya citados, Machado, Cernuda, Brines, Colinas, John Berger, Wallace Stevens, Edmon Jabès, René Char, Paul Celan, Valente, Milosz, Eugénio de Andrade, Pessoa, Octavio Paz o Roberto Juarroz.

Ha ganado numerosos premios entre ellos el Accésit del Premio Adonáis en 1983, el Premio Internacional de Poesía TIFLOS en 2008 o el último, el premio de la Fundación Loewe que le concedieron el pasado año y en el que se presentaron 868 participantes de 34 países, convirtiéndose usted en el ganador. ¿Qué sensación le ha dejado precisamente este último premio?
Como es lógico, muy buena, porque un premio de esta índole aporta visibilidad, ofrece a otros lectores la ocasión de encontrar en mi poesía algo de lo que buscan.
El Loewe ha supuesto para mí una enorme satisfacción, pero también una gran responsabilidad. Me enorgullece que “He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes” haya sido reconocido por un jurado que es historia viva de la poesía en lengua española y en el que se encuentran muchos de mis maestros literarios; un reconocimiento que, de alguna manera, lleva implícito el de mi obra precedente, de la que este libro es deudor.

¿Qué retos le quedan por conseguir?
Uno intenta siempre, antes que nada, ser feliz. Y en mi caso esta aspiración pasa, necesariamente, por la escritura y por su capacidad para intensificar la existencia. Mis retos no son otros que seguir viviendo con naturalidad y honestidad la vida que me ha tocado en suerte y continuar planteándome la escritura poética con las mismas exigencias de naturalidad y honestidad con las que enfoco mi vida.

¿Considera usted que la poesía le puede haber hecho mejor médico? En qué medida.
«La medicina y el arte parten del mismo tronco», reconoce Andrzej Szczeklik, escritor y médico humanista polaco. «Ambos tienen origen en la magia, un sistema basado en la omnipotencia de la palabra. Una fórmula mágica, debidamente pronunciada, trae la salud o la muerte, la lluvia o la sequía, evoca los espíritus y revela el porvenir». El médico ausculta al enfermo sentado junto a él. ¿No es también la escritura una forma de escucha, de atención minuciosa a los murmullos imperceptibles de las cosas, a su respiración y sus latidos?
Con el paso del tiempo he empezado a apreciar lo que, en mi caso, la medicina le ha aportado a la poesía y ésta al ejercicio de la medicina. Al margen de que la formación científica, por su esencial objetividad, puede añadir rigor a la escritura, quizá mi relación diaria con el dolor y la enfermedad estén en la raíz de una poesía que para mí ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia. La materia de la poesía es, sin duda, la propia experiencia, y ésta, en mi caso, ha tenido que nutrirse forzosamente de mi relación directa con la curación y el sufrimiento. De manera recíproca, es posible que la poesía, a su vez, haya podido moldear de alguna forma, por esa indagación en la esencia de lo que somos que es inherente a ella, mi forma de relacionarme con los enfermos.

Y siguiendo este argumentario, ¿Usted cree que el humanismo debería ser una parcela necesaria en el desarrollo curricular de los médicos, siguiendo la tradición secular de esta profesión?
Cuando a Miguel Torga—poeta y médico portugués— le preguntaban por qué la medicina producía tantos escritores, solía responder que no era porque la medicina los generase, sino porque ésta se limitaba, sencillamente, a conservar este don en los que habían nacido con él, que no es poco; que, al contrario de otras profesiones, que ahogan en el individuo el espíritu de aceptación y comprensión de sus semejantes, la medicina lo favorecía y preservaba. Aunque nuestra profesión, por su especial naturaleza, tiende a favorecer el sentimiento humanista de la vida, es necesario cultivarlo, favorecerlo y desarrollarlo porque de él depende, en buena medida, nuestra capacidad para corresponder eficazmente a la demanda de ayuda de nuestros pacientes.

 

LAS nubes se dispersan
sobre un campo de arándanos.

Las montañas
entre el aire y la tierra
se cubren con el trébol
y con la lana blanca de la acacia.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes.

Dichoso el que, sentado
bajo los grandes árboles
que iluminan de verde las mañanas del mundo,
no renuncia al regalo de lo inmenso.